miércoles, 7 de octubre de 2009

El péndulo de Foucault

Las religiones siempre han sido el opio de los pueblos.

Poblar el mundo con hijos que llevarán otro apellido, y nadie sabrá que son tuyos. Como si fueras Dios de paisano. Eres Dios, te paseas por la ciudad, oyes que la gente habla de ti, y Dios por aquí y Dios por allá, y qué admirable universo éste, y qué elegancia la gravitación universal, y tú sonríes entre dientes (la barba tiene que ser falsa, o no, tienes que andar sin barba, porque a Dios se le reconoce enseguida por la barba) y dices para tus adentros (el solipsismo de Dios es dramático): "He aquí, éste soy yo y ellos lo ignoran." Y alguien te empuja por la calle, o incluso te insulta, tú humildemente pides disculpas y te marchas, total eres Dios y, si quisieras, con chasquear los dedos el mundo se convertiría en cenizas. Pero tú eres tan infinitamente poderoso que puedes permitirte ser bueno.

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