lunes, 25 de octubre de 2010

El hartazgo no es más mi amor. Las iras, las desmesuras, la locura, conozco todos sus impulsos y desastres, me he deshecho de todo ese fardo.
Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.
Ya nunca seré capaz de pedir el consuelo de una golpiza. No me creo embarcado en una boda con Jesucristo por suegro.
No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Deseo la libertad en la salvación: ¿cómo la perseguiré? Los gustos frívolos se me han quitado. No más necesidad de devoción ni amor divino. No me da nostlalgia el siglo de los corazones sensibles. Cada uno con su razón, desdén y caridad: retengo mi puesto en esa escalera angelical del buen sentido.